domingo, 19 de abril de 2009

UNA CARTA CAYÓ EN MIS MANOS

Esta es una carta que cayó en mis manos por pura casualidad (que es por lo que ocurren todas las cosas) Se trata de una compañera que le escribió a otra que se halla en estos momentos en Australia, y  que regresa el próximo 14 para reincorporarse al diplomado de Enseñanza continua que se da en la UNAM, Universidad Autónoma de México: "Una mirada filosófica al discurso literario (Módulo III: Mito y poesía en el pensamiento náhuatl)" 

Querida:

Procura escribirme en náhuatl pues de otro modo me temo que no podré entenderte. Nuestro nuevo profesor, Osiris Sinuhé, hace esfuerzos por hacerse comprender pero me es tan difícil entenderle que sólo me preocupa lo que opinaban del sexo los mexihcas, de lo cual hay muy poca información, aunque  el maestro prometió buscarla (Una compañera se interesó también por el mismo tema) La Leyenda de los soles es tan divertida y enigmática como tu Laberinto: no tienes nada que envidiarles. Hasta a mí me dan ganas de escribir una nueva cosmología basada en caracoles de  media cáscara y serpentinas intestinales: mi intención será comparar la información dada en mi cosmogonía con los símbolos encontrados en los vestigios arqueológicos. Desde ahora prepárate para ser capaz de alcanzar una comprensión imaginaria de los conceptos y ética desarrollados por los mexihcas. Era todo tan complicado que excepto los muy pocos que aspiraban humos extraños podían escribir y leer lo que ellos mismos pintaban. El resto, o sea prácticamente todos, no sabía ni leer ni escribir ni entendían lo que los pirados les decían. Luego llegaron los extremeños y andaluces analfabetos y se juntaron  con ellos: el resto lo dejo a tu imaginación y vivencias actuales. 

Un koala extenso.

 

 

 

 

UN CRIMEN

- Esto es un crimen –me dice mi mujer.

-¿Un crimen? –contesto.

Habíamos llegado a nuestra casa de campo después de ver una película en la ciudad. A mí me pareció infame, a ella le gustó.

Después del cine fuimos a cenar y se hizo de madrugada.

-¿Por qué las matas?

-¿Por qué? Son transmisoras de enfermedades, de bacterias, de muerte en algunos casos.

-No. Las matas porque las odias, porque te dan miedo… en último caso por llevarme la contraria.

-Desvarías –le dije- ves que no las aplasto, no las torturo, simplemente las ahogo.

Discutimos un poco más, nos acostamos e hicimos el amor. Nos olvidamos de las hormigas. Al día siguiente: yo encendí la computadora y ella prendió el fuego.

jueves, 2 de abril de 2009

SOSPECHAS 7 Y FINAL

Luz en la casa. A bajo volumen se escucha “Feelings”. Roberto y Elisabeth terminando de cenar. En la mesa dos velas que Elisabeth prende.

ROBERTO.- ¿Cuántos días llevo aquí?
ELISABETH.- Los pasados y todos los que vendrán (Pausa) ¿Te gusta?
ROBERTO.- (queda escuchando la música) Es mi preferida (Pausa) Dime, Elisabeth, ¿alguna vez te ocurre que sientes que hay dos personas dentro de ti, una que dice lo que prefiere y otra que dice que no, que es otra cosa?
ELISABETH.- Últimamente sí, me sucede.
ROBERTO.- ¿A cuál haces caso?
ELISABETH.- A la que más me gusta.
ROBERTO.- Gracias, Elisabeth. Sospechaba que no eran dos sino tres.
ELISABETH.- Ahora que lo dices, sí, deben ser tres. (Pausa) Roberto, ¿puedo pedirte algo?.. ¿lo de la vaca y el tren?
Silencio.
ROBERTO.- “Cruzaba todos los días por la pradera...
ELISABETH.- El tren se acercaba y acercaba...
ROBERTO.- Y la vaca, inmóvil, con sus ojos grandes y tibios...
ELISABETH.- Lo esperaba”.
Se extingue la música. Oscuro.

Luz en el departamento. A bajo volumen se escucha un fragmento de Don Giovanni. Armando en el teléfono marca un número.

ARMANDO.- Hola, te he estado buscando, soy Armando... ¿De viaje?.. Claro, claro, ahora lo entiendo... Pues nada, como siempre... No, ya no, solo... ¿Soldados? No, ningún soldado... Sí, un poco... ¿Tú, también? Qué bueno, me alegro... Pues sí, Ricardo, me gustaría verte... ¿Mañana por la noche? Seguro que sí. ¿A qué hora?... ¿Nueve y cuarto?... Hecho, Ricardo, te espero (cuelga y queda congelado)

Luz en la casa. Roberto y Elisabeth en el sofá, congelados. El volumen de Don Giovanni aumenta y luego va extinguiéndose al igual que lo hace la luz en ambas zonas. Oscuro total.

FIN

SOSPECHAS 6

Elisabeth queda intrigada. La luz se extingue hasta el oscuro.

Roberto baja por la escalera.

ROBERTO.- ¿Elisabeth?
ARMANDO.- No, número equivocado.
ROBERTO.- Los teléfonos están imposibles. Crees que llamas a un médico y te sale un soldado.
ARMANDO.- Nunca me ha salido un soldado.
ROBERTO.- A mí sí, dos veces.
ARMANDO.- Por tratarse de un soldado es mucho (Pausa) ¿Esperabas que te llamara?
ROBERTO.- ¿El soldado?
ARMANDO.- El soldado no, Elisabeth.
ROBERTO.- Como te lo confesé todo pensé que sí, que podía ser ella.
ARMANDO.- Ella no sabía o ¿sabe?
ROBERTO.- Bueno, sabe unas cosas pero otras no.
ARMANDO.- Claro, hace un momento dijiste que había algo más.
Silencio.
ARMANDO.- Parece que no estás contento, Roberto, y yo así...
ROBERTO.- El departamento es tuyo ya lo sé. Si es eso lo que te molesta me puedo ir.
Silencio.
ARMANDO.- No, no se trata del departamento, es algo más reciente, algo que he pensado. Imagínate que yo te asesinara ¿Qué harías?
ROBERTO.- ¿Ya asesinado?
ARMANDO.- Bueno, que pensara matarte y no lo hiciera, ¿qué harías?
ROBERTO.- No se me ocurre nada, tal vez llamaría a alguien, no lo sé. ¿Cómo sabes que no lo harías?
ARMANDO.- Eso es lo de menos. ¿A quién llamarías? ¿Puedes decírmelo? ¿Tal vez a Elisabeth?
ROBERTO.- Tal vez (Pausa) A lo mejor me salía otro soldado.
ARMANDO.- Serían muchos, no. Supongamos que contestara Elisabeth en persona. ¿Qué le dirías?

Suena el teléfono. Los dos se sorprenden. Roberto contesta.

ROBERTO.- ¿Bueno?... No, está equivocado... No se preocupe (Cuelga)
ARMANDO.- Era Elisabeth, no mientas. Habérselo dicho ahora. A estas alturas debe estar muy desilusionada de ti, la traicionaste.
ROBERTO.- Sabes que no me gustan las bromas largas y ésta dura demasiado ¿no crees?
ARMANDO.- Creo que tienes que decírselo a ella.
ROBERTO.- No sé que quieres insinuar, pero voy a decirte algo. Lo que tenga que decirle a Elisabeth se lo diré en persona, no me gustan los teléfonos.
ARMANDO.- Por los soldados. Te entiendo.
Oscuro.

Luz en la casa. Elisabeth y Nora están sentadas.

NORA.- ¿Por qué no me lo dijiste? Era muy sencillo.
ELISABETH.- Ya no lo es.
NORA.- ¿Ha cambiado algo?
ELISABETH.- Tú has cambiado, Nora.
NORA.- He cambiado ahora, después de saber que era mentira. ¿Cómo pudiste hacerlo?
ELISABETH.- No aguantaba más.
NORA.- Qué es lo que no aguantabas.
ELISABETH.- Al principio creí que era yo, me sentía nerviosa. Luego vino lo de la carne y me di cuenta que eras tú. No entendía (Pausa) Algo estaba ocurriendo, no eras la misma, eso pensaba, y fue cuando se me ocurrió probarte. Reconoce que cambiaste.
NORA.- Yo fui la culpable de que la espaldilla dejara de gustarte, ¿eso quieres decir?
ELISABETH.- La espaldilla y luego la falda. Me sentí muy rara y fui con Roberto (Pausa) Me gustaban sus poesías, ¿te acuerdas?
NORA.- Sólo la de la vaca y el tren, aunque no la entendí.
ELISABETH.- Me encantó. El tren se acercaba y se acercaba...
NORA.- Y la vaca inmóvil, con sus ojos grandes y tibios... ¿qué puede significar? Creo que por eso no la entendí (Pausa) Pero ahora...
ELISABETH.- Ahora ¿qué?
NORA.- Todo empieza a tener sentido... la vaca, el tren...
ELISABETH.- Y Rocío. ¿Te das cuenta verdad?
NORA.- Eso fue después.
ELISABETH.- No, Nora, fue antes, por eso quise probarte.
Silencio
NORA.- Ya pasó.
ELISABETH.- Es muy tarde.
NORA.- ¿Qué quieres decir?
ELISABETH.- (ve su reloj) Que son casi las dos de la mañana y tampoco quiero que te vayas así.
NORA.- ¿Me estás echando de tu casa?
ELISABETH.- Mañana. Ya tienes adonde ir. Llámala y se lo cuentas todo. Rocío es muy lista, te comprenderá.
Oscuro.

Luz en el departamento. Armando y Roberto están como quedaron en su escena anterior.

ROBERTO.- No, no me entiendes. No se trata de los soldados, se trata de ti y de Ricardo. No, no digas nada. Son cosas que se sienten, de nada sirve hablar.
ARMANDO.- Quizá no lo entiendas, Roberto, como yo no entiendo lo de los soldados (Pausa) Dime, ¿nunca te pasa que sientes que hay dos personas en ti?
ROBERTO.- Eso es muy común. Sucede por temporadas.
ARMANDO.- Ésa debe ser la mía. Hay en mí dos personas distintas, uno y el otro. Se preguntan y se responden, una dice que prefiere algo y la otra responde que no ¿me entiendes?
ROBERTO.- Una dice lo que prefiere y la otra dice que es otra cosa.
ARMANDO.- Sí, eso es.
ROBERTO.- ¿Y tú a quién le haces caso?
ARMANDO.- Ese es mi problema, Roberto, que no sé quién soy yo... ¿soy el uno o soy el otro? Necesito que tú me lo aclares.
ROBERTO.- Ya es tarde, Armando (ve su reloj) Van a ser las tres, las tres de la madrugada.
ARMANDO.- No importa.
ROBERTO.- Sí importa. No quiero irme a estas horas, hace frío
Silencio.
ROBERTO.- Mañana me iré, dejaré tu departamento, quedarás libre.
Silencio.
ARMANDO.- ¿No se te antoja un baño de tina? ¿Una última taza de café?
ROBERTO.- No, Armando, gracias (inicia su subida por la escalera) Me voy.
ARMANDO.- ¡Espera!.. ¿Tienes a dónde ir?
ROBERTO.- Tú debes saberlo (sigue subiendo por la escalera)

Mientras se hace el oscuro se escucha “y entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde”. La música se extingue

Luz en la casa. A bajo volumen se escucha “Feelings”. Roberto y Elisabeth terminando de cenar. En la mesa dos velas que Elisabeth prende.