miércoles, 30 de diciembre de 2009

UN PROFETA EN ALASKA

Me lo dijeron tres veces y terminé por no hacerles caso. Había conocido a varios profetas alrededor de mi pueblo, pero eso de que también los había en Alaska me sonaba tan raro que dije cuatro veces que no cuando me invitaron a visitarle. Luego me lo pidió mi mujer y fuimos.

      Todavía en Canadá, almorzamos tostadas de gamba, soufflé de almejas y ternera en salsa demiglás. Como bebida un Château Latour 1929. Para cenar: canapés de salmón, cordero asado y tarta de moras, con un Mouton Rothschild de 1961.

      Cuando, al día siguiente, mi mujer me despertó para seguir viaje hacia Alaska, le dije que no, que se fuera sola. Con las comidas del día anterior, era una tontería dejar aquel lugar. Pero mi mujer me lo pidió y fuimos.

      Cuando llegamos a Cicely yo ya tenía hambre. Los habitantes de Cicely comen, en general, todo lo que la naturaleza pone a su alcance: salmones y truchas, alces y caribús, gran variedad de aves, frutos y raíces del bosque, etc. En ese tiempo, incluso filetes de un mamut congelado, perfectamente conservado, encontrado en las cercanías de Cicely.

      Llegamos, por fin, al iglú del profeta. Nos dio a comer tocino de oso e hígado de foca crudo, mientras él  se zampaba el jabón de tocador que mi mujer llevaba en su maletín.

      A los dos días de comer exquisiteces como las anteriores, el profeta habló. Le profetizó a mi mujer que un oso blanco se la comería y su alma iría a disfrutar en el paraíso de los viejos muertos.  Tonterías pensamos y mi mujer me pidió que regresáramos cuanto antes a nuestro tranquilo y cálido hogar. Tomamos un pequeño avión con esquíes en lugar de ruedas. No supimos el porqué pero el avión tuvo que hielizar en un lugar inhóspito donde nos quedamos hasta que otro avión vino a rescatarnos. Y fue allí, en ese lugar inhóspito, donde un oso blanco se comió a mi mujer; se le ocurrió, seguramente por vergüenza, salir del avión y el oso se la comió.

      Ahora sí creo en los profetas de Alaska. Cada año regreso a Cicely, me como un filete de mamut y me bebo una botella de vino, como recuerdo de mi mujer y como agradecimiento por haberme llevado allí. Al profeta no voy a verlo; le reconozco su sabiduría ancestral, su fatalismo y su capacidad de adaptación a las costumbres de su raza, pero no voy a verlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 2 de diciembre de 2009

LAS CRISIS

Tuve que recordarle a Isidro que mi filósofo sabio había llegado de Samos, que era griego, que yo lo  había encontrado en una taberna y que  se había retirado a vivir en un lugar tranquilo cercano a la ciudad.           

      -¿Le preguntaste sobre la crisis? –interrumpió Isidro.

      Sí,  yo le había preguntado sobre la crisis mientras comíamos aceitunas negras y él me pasaba de vez en cuando su bota de vino casi rojo. Así quiso explicarme:

      -La palabra crisis viene del latín y antes del griego.

      -¿Los griegos conocían ya la crisis? – me preguntó Isidro.

      También se lo pregunté al de Samos y así me lo aclaró:

      -Los espartanos, los atenienses y antes los persas y también mucho antes Adán y Eva conocían el significado del término que en la lengua de Eva debía sonar tentador - tomó la penúltima aceituna del plato color azul mediterráneo- Ahora hablamos de crisis pudiendo significar varias cosas. La acepción que más me gusta es: “Juicio que se hace de una cosa después de haberla examinado cuidadosamente”. Se aparta un poco de la idea de escasez y carestía que le suelen dar los periódicos hoy en día, pero me resulta más satisfactoria, menos engañosa.

      Otra vez me interrumpió Isidro que me miraba con ojos extrañados.

      -¿Eso dicen los filósofos griegos? Nunca lo hubiera pensado.

      -Los filósofos griegos y todos los filósofos cabales piensan cosas que ninguno de nosotros piensa –le dije ya un poco molesto por sus interrupciones- Te diré, si me dejas, lo que yo fui capaz de entender del discurso de mi amigo, ¿me aguantas hasta que termine?

      Isidro fijó su vista en el techo y empezó a silbar. Entonces cometí un error imperdonable: lo empujé y él cayó de la silla hacia atrás manchando el piso de sangre, de la sangre que brotaba de la parte posterior de su cabeza.

      Isidro no se recuperó hasta la tarde del segundo día de hospital. Lo primero que preguntó, cuando pudo abrir los ojos, fue: “Ha pasado ya la crisis” ¿La crisis?, dije yo extrañado. Y el doctor quiso aclarármelo, Se refiere a si ya pasó lo peor, Usted qué opina, le pregunté. Aparte de quedar ciego de un ojo, pienso que en un par de semanas podrá caminar, un poco chuequito pero podrá. Es usted su hermano, me preguntó el médico, Sólo un amigo. Pues explíqueselo de forma suave para que no caiga en una crisis psicológica peor.

      Por fortuna Isidro, al cabo de un año, pudo ver y andar derecho. Como suele suceder, el médico de hospital público había errado su diagnóstico, probablemente porque no le dedicó ni suficiente tiempo ni demasiada atención, pero el caso es que Isidro se recuperó y yo pude superar la crisis existencial que experimenté durante todo aquel año.

      Han transcurrido cinco años y todavía no paro de reír cuando recuerdo  y visito a mi amigo el filósofo griego quien también se parte de la risa mientras seguimos comiendo aceitunas negras y tomando el vino casi rojo que a borbotones mana de la bota de cuero… Lo que provocan las crisis actuales…

      No paré de reír hasta que ya tarde llegué a mi casa medio borracho… una crisis de risa.  

     

 

domingo, 20 de septiembre de 2009

DENONADA

-Dime, Mario ¿por qué dices que Rosa es una denodada?

-¿Sabes lo que significa denodada?

-Supongo que la que se denoda.

-Exacto. Te voy a contar lo que hizo cuando bajaba del avión.

-No me digas que se denodó.

-Exacto. Frente a todos los viajeros se denodó diciéndole al Capitán que ella volvería para viajar con él hasta el fin del mundo.

-¿Denodada?

-¿Cómo denodada?

-Dijiste que se denodó ¿no?  Frente a todo el mundo, frente al Capitán.

Mario tuvo  que explicarme el significado de denonada, de denodarse. Luego me mandó un diccionario como regalo, seguramente para que me se diera cuenta de que también él era denodado, que siempre lo había sido desde que nos conocimos.

Han pasado cinco meses y lo leo en el periódico: “ Mario Garrido y Rosa Bonet reconocidos entre los escombros del desastre”.  Yo sabia que ninguno de los dos estaba de acuerdo con lo que  sucedía en el País, pero lo que no sabía es que estuvieran dispuestos a volar un avión, a ser terroristas, en una palabra, a ser tan denonados.

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miércoles, 16 de septiembre de 2009

FW: REINO ANIMAL

 

Las fotos muy bonitas, los dichos muy “sudados”; me pregunto si también aplican a los insectos, microbios, bacterias, virus… ¿Qué no somos animales carnívoros, depredadores? Al igual que los otros animales, el hombre mata por necesidad. Cómo hacer para evitar esas necesidades: de hambre, de venganza, de justicia, de poder. He ahí el problema… Quizás la solución es dejar de ser hombres ¿??  

martes, 15 de septiembre de 2009

PEJERREY

“… recuerda ir desempolvando tu boyita pues la temporada de pejerrey 2009 se viene con todo. Avisa tu llegada. Nos embarcaremos en mi nuevo Dufour de 12 metros con servicio completo: equipo, comida y bebidas. Lo de la boyita es una broma. Chiao. Alberto. PD Lulú nos acompañará, se me había olvidado decirte.”

Aparté la lista de pendientes y me comuniqué con mi Agencia de viajes.  Antes de dejar la oficina, ya le había contestado.

Alberto es un primo lejano que conocí  en 1999 durante mi primer viaje a la Argentina. Desde entonces he vuelto dos veces más y en mis tres estancias pescamos juntos en el Río de la Plata. Alberto es rico y siempre vive rodeado de lindas mujeres que lo aprecian por lo que tiene y por lo que ofrece, además canta tangos.

No me acordaba de ninguna Lulú, incluso llegué a pensar si no se trataría de una mascota, de algún animal que hubiera yo conocido anteriormente. Me acordaba, sí, de Lourdes pero no podía ser la misma. .

En el aeropuerto me esperaba el chofer. Alberto estaba demorado por una junta. Cuando llegamos a la casa, me instalaron en lo que sería mi habitación durante los diez días que pensaba quedarme en Baires.

Pensé que lo mejor sería afeitarme, tomar un baño y cambiarme de ropa. Al salir de la tina una gran toalla azul me envolvió todo el cuerpo y una boca ansiosa se prendió a la mía. Sobre la cama rodamos juntos un buen rato. No lo podía creer, pero ahora que han pasado ocho años me queda más claro.

En mi primera visita, en 1999, pescamos muchos pejerreyes, uno casi  de 15 centímetros de largo, plateado y reluciente. Alberto andaba entonces con Jennifer, una americana que llegó al barco acompañada por Lourdes. Se habían conocido en una universidad gringa y Lourdes la había invitado  ahora a pasar unas vacaciones con ella. No voy a dar detalles pero desde el primer momento me enamoré estúpidamente, nos enamoramos, Lourdes y yo. Excepto por el pejerrey grande y que Alberto pescó mucho, sólo recuerdo que pasamos los tres días de pesca bañándonos y secándonos, yo apenas acordándome de Flora, mi mujer andaluza que no solía acompañarme cuando yo salía de viaje. Durante dos años no habíamos podido tener un varón y ella decía que era mi culpa, cosa que consulté  por teléfono con un hermano suyo médico que residía en Cádiz  y que ahora pienso que  me engañaba.

Cuando Alberto llegó ya Lourdes y yo lo esperábamos en la sala. Nos abrazamos, ella nos preparó dos tragos y Alberto se disculpó por su tardanza. Luego me dijo:

      --¿Te acordaste de Lulú? Ella me apostó a que no, a que no te acordarías de aquella pesca, hace ocho años.

      --Pues…

      --Sí se acordó –interrumpió Lourdes- se acordó muy bien.

      --Pues lo que son las cosas –dijo Alberto- Lulú es ahora mi mujer.

No puedo imaginar la cara que puse, el caso es que mi amigo sintió la necesidad de explicarme.

      --Nos encontramos de nuevo hace menos de un año, me preguntó por ti, salimos a pescar y nos casamos. Ella se había divorciado de un arquitecto con el que tuvo un hijo que vive con nosotros. Y ¿qué crees? Se llama igual que tú, Victorio.

      --Acaba de cumplir nueve  años –dijo Lourdes sonriéndome.

Al día siguiente nos embarcamos en el Dufour de 12 metros y empezamos a pescar pejerreyes. Alberto pescó muchos y cantó infinidad de tangos. Al regreso inventé una excusa y adelanté mi regreso, estaba exhausto.

Flora no estaba en casa. Pensando que yo todavía tardaría en llegar de Baires, aprovechó para ir a ver a su hermano y dejó una dirección con nuestra vecina de confianza. Como me sobraba tiempo, compré un boleto de Iberia y me fui a España, pensé que debía sorprenderla y agasajarla para limpiar mi conciencia. Se sorprendió mucho cuando la encontré en Cádiz,  me dijo que nunca se había imaginado que fuera a su encuentro. 

Estamos en nuestro hogar y seguimos sin tener ningún varón. Tenemos  hijas, sí, tenemos cuatro, pero ningún varón. Por respeto a ellas ni Flora les ha contado su “affaire” gaditano ni tampoco yo mi aventura argentina. Lo que sí le dije a Flora es lo del hijo de Lourdes, cuando ella me confesó que el médico no era su hermano. 

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viernes, 19 de junio de 2009

DE POLÍTICA EN EL METRO.

Era un día raro y una hora extraña. El metro andaba lleno y una mujer de 50,
sentada, hablaba con otra de 30 que venía de pié.

- ¿Y tú conoces al tal Alberto?
- Sí, tiene un bigote tupido y dice que si votamos por él vamos a
tener agua y seguridad.
-¿De dónde conoces a esa maravilla?
-Pues, ¿no lo has visto colgado por todas partes?

El metro se detuvo y bajaron y subieron varias personas. Cuando arrancó, la
mujer de 30 habló:

-Señor, podría pararse más apartado, todavía hay lugar -le dijo a un
hombre sin sombrero que estaba cerca de ella y que la tocaba cada vez que el
vagón se movía. Luego le dijo a su amiga:
-Y tú ¿todavía haces caso de lo que dicen esos carteles que ensucian
la ciudad?
-Pues a quién si no hacer caso si son los delegados que ha nombrado
cada partido.
-¿Sabes qué edad tiene el tal Alberto? -preguntó la de 30- ¿En qué
casa vive,
es casado, soltero, divorciado o separado? ¿Qué coches tiene?
¿Hijos? ¿de qué edades? ¿estudian? ¿trabajan? ¿dónde?

Una señora de 70 ,sentada junto a la mujer de 50, le dijo a la de 30
mientras se levantaba:
-Señora, siéntese aquí, así podrá hablar más tranquila, a mí ni
quién me toque ya.
-Cómo cree, de ninguna manera, siga en su asiento
-Hágame caso -insistió la señora de 70- el tema que tratan me
interesa mucho y pienso que debería también interesarles a todas las
personas que van a ir a votar. Además, me encanta ir de pié, me hago la
ilusión de que alguien me mueve todavía.
Rieron las tres y la de 50 dijo:
-Pero, ¿es necesario que sepamos todo eso de los candidatos para
votarlos?
-No sólo eso sino también:
donde estudiaron,
qué grado académico tienen,
los trabajos que han publicado exponiendo sus ideas y dónde se los
puede encontrar.
en qué y en dónde trabajan, qué puesto tienen, cuánto ganan.
-No, no, ya me parece demasiado -interrumpió la mujer de 50 años.

En este punto, el metro paró en otra estación, se desocupó el asiento
contiguo al de la mujer de 50 y la de 30 casi obligó a la de 70 a volverse a
sentar. Y al sentarse, dijo la de 70 a la de 50:
-Entiendo que piense usted que tal vez sean demasiadas preguntas,
así pensaba yo también, pero ¿sabe usted lo que me decía mi marido que en
paz descanse? Me decía: "Dime, amor, si tuvieras que ir a un viaje
largo, lejos y lleno de peligros, escogerías como compañero a un desconocido
o te gustaría saber de él lo más posible..." -dio un suspiró y
continuó- Yo le aconsejo que haga caso a su amiga, las mujeres de hoy, con
el respeto que usted me merece, son más listas de lo que nosotras
éramos a los 30 años, saben mejor lo que nos conviene y tratan de asegurarse
lo más posible antes de votar. Si no pueden averiguar, si no les dicen
lo que necesitan saber, anulan su voto. No compran fruta podrida, aunque
luzca con bigotes tupidos.

Iban a reírse las tres cuando...¡Vaya frenazo que dio en ese momento el
metro! Dijeron después que porque alguien había intentado arrojarse a las
vías, que porque estaba harto. Las tres mujeres ¡claro que se asustaron! Las
dos amigas se apearon en esa estación, pero la señora de 70 años siguió
sentada en el mismo vagón, en el mismo asiento: lloraba recordando a su
marido muerto.

domingo, 24 de mayo de 2009

La tarta de cerezas

Hoy hice una tarta de cerezas de una receta que vi en la tele, no me gustó nada como quedó. En primera, al hacer la masa para la base de la tarta me equivoqué y en lugar de echar una cucharadita de sal y otra de azucar, eché dos cucharaditas de sal, y la masa quedó salada. Pero no importó, porque le eché más azucar al relleno de cerezas. Pero, la receta de la televisión decia que había que echar nata y huevos con las cerezas y así lo hice, entonces la tarta quedó como una kiche de cerezas, no no no, creo que la tarta de cerezas debe ser de cerezas y no como una kiche de cerezas. La próxima vez haré la tarta como Dios manda y no como las que ponen en la tele. Además jugué mal al golf, yo creo que fué porque la tarta no estaba rica y no pude concentrarme en el golf. Creo que cuando juegue al golf no me voy a preocupar por nada de la cocina, mejor me preocuparé por tirar bien la pelota. Ya me preocuparé por la tarta de cerezas otro dia. Mi hermana me dejó un mensaje en el teléfono diciendome que tenía que hablar muy urgentemente conmigo, yo no oí el recado hasta cuatro días después entonces la llamé y no contestó, me imaginé que estaba en un hospital, en una morgue, o algo horrible. Les llamé a todos mis otros hermanos para ver si ellos sabían algo, pero nadie sabía nada. Entonces les tuve que prometer que les llamaría si sabía algo. Por fin localicé a la susodicha, quería que le diera un número de teléfono, esa era la urgencia. Casi la mato y entonces hubiera creado una verdadera urgencia. Luego tuve que llamar a todos los otros hermanos para decirles que no había urgencia. Ellos casi me matan a mi. ¡Qué horror! Pero espero que todas las urgencias sean por un número de teléfono. Y la tarta de cerezas la haré como me de la gana y no como lo diga el cocinero de la tele, que ganas tengo de comerme una tarta de cerezas como Dios manda.

domingo, 19 de abril de 2009

UNA CARTA CAYÓ EN MIS MANOS

Esta es una carta que cayó en mis manos por pura casualidad (que es por lo que ocurren todas las cosas) Se trata de una compañera que le escribió a otra que se halla en estos momentos en Australia, y  que regresa el próximo 14 para reincorporarse al diplomado de Enseñanza continua que se da en la UNAM, Universidad Autónoma de México: "Una mirada filosófica al discurso literario (Módulo III: Mito y poesía en el pensamiento náhuatl)" 

Querida:

Procura escribirme en náhuatl pues de otro modo me temo que no podré entenderte. Nuestro nuevo profesor, Osiris Sinuhé, hace esfuerzos por hacerse comprender pero me es tan difícil entenderle que sólo me preocupa lo que opinaban del sexo los mexihcas, de lo cual hay muy poca información, aunque  el maestro prometió buscarla (Una compañera se interesó también por el mismo tema) La Leyenda de los soles es tan divertida y enigmática como tu Laberinto: no tienes nada que envidiarles. Hasta a mí me dan ganas de escribir una nueva cosmología basada en caracoles de  media cáscara y serpentinas intestinales: mi intención será comparar la información dada en mi cosmogonía con los símbolos encontrados en los vestigios arqueológicos. Desde ahora prepárate para ser capaz de alcanzar una comprensión imaginaria de los conceptos y ética desarrollados por los mexihcas. Era todo tan complicado que excepto los muy pocos que aspiraban humos extraños podían escribir y leer lo que ellos mismos pintaban. El resto, o sea prácticamente todos, no sabía ni leer ni escribir ni entendían lo que los pirados les decían. Luego llegaron los extremeños y andaluces analfabetos y se juntaron  con ellos: el resto lo dejo a tu imaginación y vivencias actuales. 

Un koala extenso.

 

 

 

 

UN CRIMEN

- Esto es un crimen –me dice mi mujer.

-¿Un crimen? –contesto.

Habíamos llegado a nuestra casa de campo después de ver una película en la ciudad. A mí me pareció infame, a ella le gustó.

Después del cine fuimos a cenar y se hizo de madrugada.

-¿Por qué las matas?

-¿Por qué? Son transmisoras de enfermedades, de bacterias, de muerte en algunos casos.

-No. Las matas porque las odias, porque te dan miedo… en último caso por llevarme la contraria.

-Desvarías –le dije- ves que no las aplasto, no las torturo, simplemente las ahogo.

Discutimos un poco más, nos acostamos e hicimos el amor. Nos olvidamos de las hormigas. Al día siguiente: yo encendí la computadora y ella prendió el fuego.

jueves, 2 de abril de 2009

SOSPECHAS 7 Y FINAL

Luz en la casa. A bajo volumen se escucha “Feelings”. Roberto y Elisabeth terminando de cenar. En la mesa dos velas que Elisabeth prende.

ROBERTO.- ¿Cuántos días llevo aquí?
ELISABETH.- Los pasados y todos los que vendrán (Pausa) ¿Te gusta?
ROBERTO.- (queda escuchando la música) Es mi preferida (Pausa) Dime, Elisabeth, ¿alguna vez te ocurre que sientes que hay dos personas dentro de ti, una que dice lo que prefiere y otra que dice que no, que es otra cosa?
ELISABETH.- Últimamente sí, me sucede.
ROBERTO.- ¿A cuál haces caso?
ELISABETH.- A la que más me gusta.
ROBERTO.- Gracias, Elisabeth. Sospechaba que no eran dos sino tres.
ELISABETH.- Ahora que lo dices, sí, deben ser tres. (Pausa) Roberto, ¿puedo pedirte algo?.. ¿lo de la vaca y el tren?
Silencio.
ROBERTO.- “Cruzaba todos los días por la pradera...
ELISABETH.- El tren se acercaba y acercaba...
ROBERTO.- Y la vaca, inmóvil, con sus ojos grandes y tibios...
ELISABETH.- Lo esperaba”.
Se extingue la música. Oscuro.

Luz en el departamento. A bajo volumen se escucha un fragmento de Don Giovanni. Armando en el teléfono marca un número.

ARMANDO.- Hola, te he estado buscando, soy Armando... ¿De viaje?.. Claro, claro, ahora lo entiendo... Pues nada, como siempre... No, ya no, solo... ¿Soldados? No, ningún soldado... Sí, un poco... ¿Tú, también? Qué bueno, me alegro... Pues sí, Ricardo, me gustaría verte... ¿Mañana por la noche? Seguro que sí. ¿A qué hora?... ¿Nueve y cuarto?... Hecho, Ricardo, te espero (cuelga y queda congelado)

Luz en la casa. Roberto y Elisabeth en el sofá, congelados. El volumen de Don Giovanni aumenta y luego va extinguiéndose al igual que lo hace la luz en ambas zonas. Oscuro total.

FIN

SOSPECHAS 6

Elisabeth queda intrigada. La luz se extingue hasta el oscuro.

Roberto baja por la escalera.

ROBERTO.- ¿Elisabeth?
ARMANDO.- No, número equivocado.
ROBERTO.- Los teléfonos están imposibles. Crees que llamas a un médico y te sale un soldado.
ARMANDO.- Nunca me ha salido un soldado.
ROBERTO.- A mí sí, dos veces.
ARMANDO.- Por tratarse de un soldado es mucho (Pausa) ¿Esperabas que te llamara?
ROBERTO.- ¿El soldado?
ARMANDO.- El soldado no, Elisabeth.
ROBERTO.- Como te lo confesé todo pensé que sí, que podía ser ella.
ARMANDO.- Ella no sabía o ¿sabe?
ROBERTO.- Bueno, sabe unas cosas pero otras no.
ARMANDO.- Claro, hace un momento dijiste que había algo más.
Silencio.
ARMANDO.- Parece que no estás contento, Roberto, y yo así...
ROBERTO.- El departamento es tuyo ya lo sé. Si es eso lo que te molesta me puedo ir.
Silencio.
ARMANDO.- No, no se trata del departamento, es algo más reciente, algo que he pensado. Imagínate que yo te asesinara ¿Qué harías?
ROBERTO.- ¿Ya asesinado?
ARMANDO.- Bueno, que pensara matarte y no lo hiciera, ¿qué harías?
ROBERTO.- No se me ocurre nada, tal vez llamaría a alguien, no lo sé. ¿Cómo sabes que no lo harías?
ARMANDO.- Eso es lo de menos. ¿A quién llamarías? ¿Puedes decírmelo? ¿Tal vez a Elisabeth?
ROBERTO.- Tal vez (Pausa) A lo mejor me salía otro soldado.
ARMANDO.- Serían muchos, no. Supongamos que contestara Elisabeth en persona. ¿Qué le dirías?

Suena el teléfono. Los dos se sorprenden. Roberto contesta.

ROBERTO.- ¿Bueno?... No, está equivocado... No se preocupe (Cuelga)
ARMANDO.- Era Elisabeth, no mientas. Habérselo dicho ahora. A estas alturas debe estar muy desilusionada de ti, la traicionaste.
ROBERTO.- Sabes que no me gustan las bromas largas y ésta dura demasiado ¿no crees?
ARMANDO.- Creo que tienes que decírselo a ella.
ROBERTO.- No sé que quieres insinuar, pero voy a decirte algo. Lo que tenga que decirle a Elisabeth se lo diré en persona, no me gustan los teléfonos.
ARMANDO.- Por los soldados. Te entiendo.
Oscuro.

Luz en la casa. Elisabeth y Nora están sentadas.

NORA.- ¿Por qué no me lo dijiste? Era muy sencillo.
ELISABETH.- Ya no lo es.
NORA.- ¿Ha cambiado algo?
ELISABETH.- Tú has cambiado, Nora.
NORA.- He cambiado ahora, después de saber que era mentira. ¿Cómo pudiste hacerlo?
ELISABETH.- No aguantaba más.
NORA.- Qué es lo que no aguantabas.
ELISABETH.- Al principio creí que era yo, me sentía nerviosa. Luego vino lo de la carne y me di cuenta que eras tú. No entendía (Pausa) Algo estaba ocurriendo, no eras la misma, eso pensaba, y fue cuando se me ocurrió probarte. Reconoce que cambiaste.
NORA.- Yo fui la culpable de que la espaldilla dejara de gustarte, ¿eso quieres decir?
ELISABETH.- La espaldilla y luego la falda. Me sentí muy rara y fui con Roberto (Pausa) Me gustaban sus poesías, ¿te acuerdas?
NORA.- Sólo la de la vaca y el tren, aunque no la entendí.
ELISABETH.- Me encantó. El tren se acercaba y se acercaba...
NORA.- Y la vaca inmóvil, con sus ojos grandes y tibios... ¿qué puede significar? Creo que por eso no la entendí (Pausa) Pero ahora...
ELISABETH.- Ahora ¿qué?
NORA.- Todo empieza a tener sentido... la vaca, el tren...
ELISABETH.- Y Rocío. ¿Te das cuenta verdad?
NORA.- Eso fue después.
ELISABETH.- No, Nora, fue antes, por eso quise probarte.
Silencio
NORA.- Ya pasó.
ELISABETH.- Es muy tarde.
NORA.- ¿Qué quieres decir?
ELISABETH.- (ve su reloj) Que son casi las dos de la mañana y tampoco quiero que te vayas así.
NORA.- ¿Me estás echando de tu casa?
ELISABETH.- Mañana. Ya tienes adonde ir. Llámala y se lo cuentas todo. Rocío es muy lista, te comprenderá.
Oscuro.

Luz en el departamento. Armando y Roberto están como quedaron en su escena anterior.

ROBERTO.- No, no me entiendes. No se trata de los soldados, se trata de ti y de Ricardo. No, no digas nada. Son cosas que se sienten, de nada sirve hablar.
ARMANDO.- Quizá no lo entiendas, Roberto, como yo no entiendo lo de los soldados (Pausa) Dime, ¿nunca te pasa que sientes que hay dos personas en ti?
ROBERTO.- Eso es muy común. Sucede por temporadas.
ARMANDO.- Ésa debe ser la mía. Hay en mí dos personas distintas, uno y el otro. Se preguntan y se responden, una dice que prefiere algo y la otra responde que no ¿me entiendes?
ROBERTO.- Una dice lo que prefiere y la otra dice que es otra cosa.
ARMANDO.- Sí, eso es.
ROBERTO.- ¿Y tú a quién le haces caso?
ARMANDO.- Ese es mi problema, Roberto, que no sé quién soy yo... ¿soy el uno o soy el otro? Necesito que tú me lo aclares.
ROBERTO.- Ya es tarde, Armando (ve su reloj) Van a ser las tres, las tres de la madrugada.
ARMANDO.- No importa.
ROBERTO.- Sí importa. No quiero irme a estas horas, hace frío
Silencio.
ROBERTO.- Mañana me iré, dejaré tu departamento, quedarás libre.
Silencio.
ARMANDO.- ¿No se te antoja un baño de tina? ¿Una última taza de café?
ROBERTO.- No, Armando, gracias (inicia su subida por la escalera) Me voy.
ARMANDO.- ¡Espera!.. ¿Tienes a dónde ir?
ROBERTO.- Tú debes saberlo (sigue subiendo por la escalera)

Mientras se hace el oscuro se escucha “y entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol cuando muera la tarde”. La música se extingue

Luz en la casa. A bajo volumen se escucha “Feelings”. Roberto y Elisabeth terminando de cenar. En la mesa dos velas que Elisabeth prende.

martes, 31 de marzo de 2009

SOSPECHAS 5

Luz en el departamento. Nora y Armando están tomando de sendas copas.

NORA.- Los dos mienten.
ARMANDO.- Sí los dos mienten (Pausa) ¿Y ella no sospechó nada?
NORA.- Se lo dije muy disfrazado. La vi intrigada pero no sospecha nada, estoy segura.
Silencio.
ARMANDO.- ¿Dices que ya conseguiste la sustancia?
NORA.- Hidroponía.
ARMANDO.- ¿Qué?
NORA.- Una doctora homeópata amiga me la ha conseguido.
ARMANDO.- Con chochitos va a tardar mucho en morir, ¿no?
NORA.- Mi amiga la cultiva en su patio, tiene una instalación hidropónica a prueba de sospechas. Se trata del polen de una flor oriental. Mata rápido sin dejar rastro. Le dije que quería deshacerme del perro.
ARMANDO.- ¿Qué perro?
NORA.- Roberto.
Silencio.
ARMANDO.- ¿Se disuelve en el café?
NORA.- En el café y en el café con leche. No tiene pérdida (Pausa) ¿Cómo te sientes?
ARMANDO.- Me sentiría mejor si Roberto no me engañara, si fuera franco, eso me daría a mí más libertad. Es eso lo que más me duele, su hipocresía.
Silencio.
NORA.- ¿Tú crees en lo de la causa y el efecto?
ARMANDO.- Siempre he creído, ¿tú lo dudas?
NORA.- Lo dudaba, pero Elisabeth me lo ha confirmado, muerto el perro se acaba la rabia. ¿No dicen eso?
ARMANDO.- No te entiendo.
NORA.- No importa. Lo que importa ahora es que estés dispuesto.
Silencio.
ARMANDO.- Va a ser en tu casa.
NORA.- Debe ser aquí, en tu departamento.
ARMANDO.- Pero tú tienes la sustancia esa, el polen.
NORA.- Te la he traído. No tienes más que darle el café, es todo (le entrega una bolsita)
ARMANDO.- ¿Todo?
NORA.- Para el perro una cucharadita. Para Roberto cuatro, pienso yo.
ARMANDO.- Sí, cuatro o cinco estará bien.
Silencio.
ARMANDO.- Por lo menos deberías ayudarme con el cadáver, ¿Qué hago con él?
NORA.- Sulfúrico. Ya encargué tres botellones. Te los traerán uno a uno, pesan. Para evitar sospechas dije que eran para mí, para limpiar el patio.
ARMANDO.- ¿Usas sulfúrico?
NORA.- Me dijeron que usara un ácido y ése es el que tienen (Pausa) Llenas la tina y lo metes dentro, en unas horas quedará disuelto. Luego abres el desagüe.
Silencio.
ARMANDO.- No podré.
NORA.- ¿No que estabas decidido?
ARMANDO.- No podré subirlo, se ponen tiesos y él siempre toma el café aquí. Mejor en tu casa.
NORA.- No es mi casa. La casa es de Elisabeth. Allí es más arriesgado.
Silencio.
NORA.- Mira, te ayudaré. Cuando se entiese, enciendes y apagas tres veces la luz. Subo, lo abrigamos y entre los dos lo sacamos en tu coche y lo tiramos.
ARMANDO.- ¿Y el sulfúrico?
NORA.- Olvídate, es más engorroso. Mejor así.
ARMANDO.- No me parece tan sencillo pero si ya lo pensaste, adelante (Pausa) Me hubiera gustado matarlo yo mismo, estrangularlo, pero creo que es mejor el polen de tu amiga homeópata.
NORA.- Sí, es mucho mejor (Pausa) Bueno, ya me voy, no sea que Roberto me encuentre aquí y sospeche. Acuérdate de apagar y encender la luz tres veces.

Nora se pone el abrigo y empieza a subir por la escalera.

ARMANDO.- Oye, ¿y si se va la corriente?
NORA.- (desde la escalera) Con una vela. Adiós (sale)

Armando va a un cajón y saca dos velas.

ARMANDO.- (para sí) Por si una falla.
Oscuro.

Luz en el departamento. Roberto está en bata de casa, leyendo. Por la escalera baja Armando con una bandeja con dos tazas.

ARMANDO.- Se me ha antojado y he preparado dos tazas, una para ti.
ROBERTO.- ¿No es muy tarde?
ARMANDO.- Depende.
ROBERTO.- De qué depende.
ARMANDO.- No creo que para esto haya un horario ¿Te resistes?
ROBERTO.- Creo que nunca podré resistir una taza de café, aún a estas horas. Nunca me ha quitado el sueño. Además, huele tan bien.
ARMANDO.- Toma, ésta es la tuya (se la da)
ROBERTO.- Déjala sobre la mesa, Quiero terminar el artículo.
ARMANDO.- ¿Tan interesante es?
ROBERTO.- Qué prisa tienes. No me esperes. Tómatelo tú.
ARMANDO.- Yo tengo mi taza.
ROBERTO.- Sí ya lo veo, tú tienes tu taza y yo la mía.
Silencio.
ROBERTO.- Lo importante no es el artículo del periódico, te engañé. Lo que quiero es hablar muy en serio contigo. Hay algo que anda mal y estos últimos días anda peor. Bueno, no sé si mejor o peor, quizá peor para unos y mejor para otros. No lo sé (toma la taza pero la vuelve a dejar) En realidad empiezo a saberlo, pero yo mismo no puedo creerlo. Te he estado ocultando algo y no me siento a gusto, además tengo miedo, miedo de que tú hagas alguna tontería.
ARMANDO.- ¿Alguna tontería? ¿Nora te ha dicho algo?
ROBERTO.- ¿Qué puede decirme Nora si yo he conservado el secreto? Y lo seguiría haciendo si no fuera porque ha surgido algo nuevo.
ARMANDO.- El café se enfría.
ROBERTO.- A veces sabe mejor. Lo importante es lo que te iba diciendo, no el café.
ARMANDO.- Entiendo.
ROBERTO.- No puedes entender nada a no ser que Elisabeth te haya contado.
ARMANDO.- No he hablado con Elisabeth.
ROBERTO.- Entonces no sabes nada.
ARMANDO.- Sólo he hablado con Nora, bueno, nada importante.
ROBERTO.- Entonces sí sabes, si has hablado con Nora puede que sepas algo. (vuelve a tomar la taza y vuelve a dejarla)
ARMANDO.- Ya debe estar frío.
ROBERTO.- No te preocupes por el café y atiéndeme.
ARMANDO.- Si te refieres a Ricardo mejor no sigas.
ROBERTO.- Yo no perdería el tiempo hablando de esa loca amanerada. Sé que te gustaba y que quizá te siga gustando pero no es eso lo que me quita el sueño.
ARMANDO.- Es el café.
ROBERTO.- Ya te he dicho que no me lo quita
ARMANDO.- Pues tómatelo de una vez.
ROBERTO.- No puedo, no podría disfrutarlo sin antes decirte lo que debo decirte (Pausa) Te he estado engañando, Armando. Aparentando lo que no es. Se trata de Elisabeth.
ARMANDO.- Puedes tomarte el café tranquilo porque ya lo sé todo, desde el principio.
ROBERTO.- No puedes saberlo, ya te lo dije. Elisabeth y yo compartimos un secreto.
ARMANDO.- No me digas.
ROBERTO.- Sí te lo digo. Elisabeth quería probar a Nora, en cierta manera darle celos, y se le ocurrió insinuar que andaba conmigo, que nos veíamos.
ARMANDO.- Que se acostaban.
ROBERTO.- No sé si nos acostábamos o dormíamos juntos, eso no lo sé (Pausa) Me pidió que lo mantuviéramos en secreto, que yo colaborara manteniendo la sospecha, y esto es lo que hice. Hasta aquí (Pausa) Ya está, esta es la verdad, toda la verdad (toma la taza y se la acerca a la boca)
ARMANDO.- ¡Espera! (toma el brazo de Roberto y hace que el café se derrame sobre él)
ROBERTO.- (sacudiéndose) Ni creas que estaba tan frío.
ARMANDO.- Quieres decir que no te estás acostando con Elisabeth.
ROBERTO.- Quiero decir que voy a cambiarme el pijama y luego seguimos hablando, porque todavía hay más (inicia la subida por la escalera)

Suena el teléfono.

ROBERTO.- (desde la escalera) Si es Elisabeth dile que no estoy, que mañana hablaré con ella para aclararlo todo (sale)
ARMANDO.- (al teléfono) Sí, bueno.
VOZ NORA.- Estoy helándome. ¿Y las señales? Por qué te tardas tanto.
ARMANDO.- Todo ha cambiado. Hay que echar el plan para atrás. No es lo que parecía ser. Roberto ni duerme ni se acuesta con Elisabeth, es inocente. Puedes irte a tu casa, te explicaré después. Ahora debo colgar (cuelga, toma una revista y se pone a leer)

Roberto baja por la escalera.

lunes, 30 de marzo de 2009

SOSPECHAS 4

NORA.- (huele el ambiente) Íntimamente, ya. Más clara que la nieve, la leche.
Oscuro.

Luz en el departamento.

ROBERTO.- En la casa todo es diferente.
ARMANDO.- ¿Extrañas el congreso?
ROBERTO.- No es que lo extrañe o... tal vez sí. Aquí hacemos siempre lo mismo (Pausa) Es bueno cambiar, uno no se da cuenta y cuando se da se ha transformado en rutina. Deberías probar, irte unos días, tratar a otra gente.
ARMANDO.- Es eso lo que te preocupa, la monotonía.
ROBERTO.- Lo digo por ti, para que te relajes.
ARMANDO.- ¿Me sientes tenso? (Pausa) Quizá tengas razón, debería ir por otro aire.
ROBERTO.- ¿Qué quiere decir ir por otro aire?
ARMANDO.- Lo has dicho tú, cambiar.
ROBERTO.- Yo no dije de aire, simplemente cambiar.
ARMANDO.- Entonces te gustó, quisieras repetirlo (Pausa) ¿No te sentiste muy solo?
ROBERTO.- Al contrario, hablas con otras personas, sientes otras cosas.
ARMANDO.- ¿Alguna en especial?
ROBERTO.- Sí, una en especial. Es como la música, no sé si en el frontón sucede. De pronto, algo que escuchas todos los días se te hace nuevo, te despierta nuevos sentimientos.
ARMANDO.- Ya.
Silencio.
ARMANDO.- Elisabeth también regresó.
ROBERTO.- ¿Regresó?
ARMANDO.- Estuvo de viaje, como tú, un viaje de ésos, ya sabes.
ROBERTO.- Coincidencias, a todos nos gusta viajar.
ARMANDO.- No a todos ¿sabes cuánto tiempo hace que yo no cambio?
ROBERTO.- Por lo menos cuatro meses.
ARMANDO.- Más (Pausa) Me gustaría saber si Elisabeth siente lo mismo que tú.
ROBERTO.- Hay que preguntarle, es inteligente, puede contestar.
ARMANDO.- ¿Cómo tú?
ROBERTO.- Creo que las mujeres piensan diferente ¿no te parece?
ARMANDO.- Tú debes saberlo.
Silencio.
ROBERTO.- Por qué dices que yo debo saberlo.
ARMANDO.- Los sexos son tan parecidos... No, no creo que ellas piensen de otro modo. Al fin y al cabo somos humanos, con los mismos instintos y emociones. Concretamente, para que me entiendas, pienso que Elisabeth opina igual que tú.
ROBERTO.- Qué te hace pensar eso.
ARMANDO.- El viaje, el congreso, el rompimiento de la monotonía. ¿Tú qué crees?
ROBERTO.- No lo sé, es algo que necesita concentración, meditar. Quizás eso es lo que nos ha faltado, meditación.
ARMANDO.- Hablar con Dios.
ROBERTO.- Con uno mismo. Preguntarse, responderse, algo así como el frontón... no sé si me explico... la pelota va de uno a otro, no siempre en línea recta... ¿me entiendes?
ARMANDO.- No, no entiendo. Quizá Elisabeth lo entienda (Pausa) ¿Has meditado con ella?
ROBERTO.- No hasta ahora, pero quizá sí me gustaría hacerlo.
Silencio.
ARMANDO.- Últimamente, ¿Has tenido alguna sospecha?
ROBERTO.- ¿Yo? No, no creo, para mí todo está claro. ¿Tú?
ARMANDO.- He sospechado que Elisabeth y tú se entienden.
ROBERTO.- Bueno, tú te entiendes bien con Nora, ¿no es así?
ARMANDO.- Es distinto, Roberto. Lo que quiero decir es que tú y ella...
ROBERTO.- (interrumpe) Que ella y yo coincidimos en el congreso. ¿Te ha dicho Nora algo?
ARMANDO.- Todo, Roberto, Nora me ha contado todo. Sólo falta un eslabón en la cadena, es lo que quiero averiguar.
ROBERTO.- Estupendo. Averígualo y después me cuentas (ve su reloj) Me voy, se me hace tarde.
ARMANDO.- ¿Por la noche?
ROBERTO.- No lo sé, Armando, depende de la hora. Entiéndeme, acabo de regresar, igual que Elisabeth, ¿te das cuenta? (sale)

Suena el teléfono. Armando contesta. Luz en la casa. Nora en el teléfono.

ARMANDO.- ¿Bueno?
NORA.- Armando, ¿eres tú?
ARMANDO.- ¿Nora?
NORA.- Sí, ¿has averiguado algo?
ARMANDO.- Casi todo. Creo que tienes razón, se entienden.
NORA.- ¿Duermen o se acuestan?
ARMANDO.- Es lo que queda por saber. Creo que se acuestan.
NORA.- Nos vemos mañana aquí, te espero.
ARMANDO.- Mañana no, pasado (Pausa) Tú, ¿estás decidida?
NORA.- Sí, totalmente.
Oscuro en las dos zonas.

Luz en el departamento. Roberto lee el periódico. Se escucha a bajo volumen un fragmento de Don Giovanni de Mozart. Baja Armando en pijama y con una bandeja con café. Roberto deja el periódico y se dispone a tomar el café que Armando le sirve.

ARMANDO.- ¿Andas de conquistador?
ROBERTO.- Es lo que me faltaba.
ARMANDO.- ¿Es eso?
ROBERTO.- ¿El café? Sí. ¿Pensaste otra cosa?
ARMANDO.- Me gustaría saber lo que sientes. Te he estado observando y no sé, no sé...
ROBERTO.- Las personas cambian. Recuerda a tu amigo Ricardo. ¿No fue él quién reprobó tu actitud?
ARMANDO.- Ricardo es una persona decente, sabe comprender.
ROBERTO.- Y tú, ¿eres decente?
ARMANDO.- A veces es difícil comprender ciertas cosas, Roberto. Te dije que tenía una sospecha, ¿no es eso ser decente?
ROBERTO.- Mi querido Armando, hay veces que la decencia se aparta de la comprensión. Yo mismo creí que era decente y siento, si es eso lo que quieres saber, siento que algo ha cambiado, para ser más preciso, está cambiando.
ARMANDO.- Entonces es cierto, estuviste con Elisabeth en el congreso, se vieron, se hablaron y...
ROBERTO.- Todavía no, Armando.
ARMANDO.- Todavía no ¿qué?
ROBERTO.- Tú mismo estás cambiado ¿lo ves? Es la sospecha, antes no sospechabas. Y eso, probablemente, es lo que me ha cambiado a mí (Pausa) Sí, te he mentido pero no enteramente por mi culpa. Ni yo mismo entiendo lo que pasa (Pausa) Parece que Nora lo sabe mejor que yo, y tú has estado en contacto con Nora ¿no es así?
ARMANDO.- No sé a qué clase de contacto te refieres, pero si es lo que imagino estás equivocado y lo sabes. Nora es una amiga, tuya y mía, y no se trata de ella sino de Elisabeth (Pausa) Dime de una vez, ¿te acuestas con ella o sólo duermes con ella?
ROBERTO.- ¿Hay alguna diferencia?
ARMANDO.- ¡Contesta!

Roberto se sirve más café y toma.

ARMANDO.- ¿Te gusta?
ROBERTO.- Siempre me ha gustado tu café.
ARMANDO.- Me refiero a ella.
Silencio.
ROBERTO.- ¿Alguna vez te has sentido entre la espada y la pared?.. Un paso más y todo se pierde.
ARMANDO.- La vida.
ROBERTO.- La amistad (Pausa) No sé qué decirte, Armando. Todo ha sucedido sin apenas darme cuenta. Dame tiempo y lo sabrás todo.
ARMANDO.- ¿Tiempo? El tiempo pasa y no se recupera.
ROBERTO.- Esperemos que sí, que esta vez pueda recuperarse.

Roberto va al aparato de sonido y retira el CD, toma el periódico y sube por la escalera.

ROBERTO.- Adiós.

Armando queda nervioso, recoge el servicio de café y queda mirando el fondo de la taza.

ARMANDO.- Sí, adiós.
La luz se va extinguiendo hasta el oscuro.

Luz en la casa. Nora, nerviosa, camina por el living. Baja por la escalera Elisabeth.

NORA.- Te estaba esperando.
ELISABETH.- Ya lo veo. ¿Estás preocupada? Lo mismo me sucede a mí.
NORA.- No parece, te ves tan feliz.
ELISABETH.- Será por lo de la carne. Me siento mejor.
NORA.- No creo que sea por eso (Pausa) ¿Dices que estás preocupada?
ELISABETH.- ¿Has vuelto a ver a Rocío?
NORA.- La veo a menudo, es mi amiga, y tuya.
ELISABETH.- Sí, claro, es amiga de las dos. Las dos dormimos en su casa.
NORA.- Cuando nos conviene. ¿Tiene algo de malo?
ELISABETH.- Es lo que quisiera saber.
Silencio.
NORA.- ¿Por qué cambian las cosas?
ELISABETH.- Son las personas las que cambian.
NORA.- Las circunstancias y las personas.
ELISABETH.- Es lo que yo digo, las dos.
Silencio.
ELISABETH.- ¿Qué te pasa, Nora?
NORA.- Me preocupa tu relación.
ELISABETH.- A mí me preocupa la tuya.
NORA.- ¿Qué quieres decir?
ELISABETH.- Te lo digo de una vez, me tiene harta tu relación con Rocío.
NORA.- No creo que sea eso, no es tan fácil, amiga.
ELISABETH.- No lo será, pero lo que es un hecho es que has cambiado.
Silencio.
ELISABETH.- ¿Qué sucede, Nora? Deberías contarme.
NORA.- ¿Qué quieres que te cuente, que estoy dispuesta a todo?
ELISABETH.- Estás al borde de ir adonde Rocío. Dilo
NORA.-Estoy al borde de cometer algo monstruoso, Elisabeth (Pausa) Existe una teoría: si la causa se elimina desaparecen los efectos. Tú, ¿crees en ella?
ELISABETH.- Las teorías no dejan de serlo hasta que no se demuestran. La práctica las confirma.
NORA.- Sí, es lo que yo creo, pero es horrible.
ELISABETH.- Nada es horrible si la razón es suficientemente fuerte.
NORA.- Me alegra que pienses así. De verdad que me alegro (recoge su chaqueta del sofá y se la pone) Te dejo, debo conseguir algo (sale)

Elisabeth queda intrigada. La luz se extingue hasta el oscuro.

Luz en el departamento. Nora y Armando están tomando de sendas copas.

NORA.- Los dos mienten.

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Los medios y el link

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De cómo muchos medios no usan el hipervínculo (o link) para evitar que sus lectores se vayan a otra parte. A la larga, seguro, ese medio se verá afectado por la falta de calidad de sus artículos.

martes, 24 de marzo de 2009

SOSPECHAS 3

Luz en la casa y en el departamento. Armando en el teléfono, marca. Nora baja por la escalera en camisón, toma la bocina.

NORA.- ¿Sí?
ARMANDO.- ¿Nora?
NORA.- Sí.
ARMANDO.- Soy yo, Armando. ¿Está Elisabeth?
NORA.- ¿Quieres hablar con Elisabeth?
ARMANDO.- No, no es eso... ¿Está?
NORA.- Se fue de viaje. Un viaje corto, de esos, ya sabes.
ARMANDO.- Roberto tampoco está. Fue a un congreso. ¿Te das cuenta, Nora?
NORA.- Te lo dije. Ya sabía yo que lo de la carne no era. Es Roberto, ¿lo ves? ¿Qué podemos hacer?
ARMANDO.- ¿Sabes a dónde fue?
NORA.- No me quiso decir. Me dijo “voy a un viaje de esos, ya sabes”.
ARMANDO.- Entonces, ¿no fue a un congreso?
NORA.- ¡Qué tendría ella que hacer en un congreso!
ARMANDO.- Roberto fue a un congreso, con un saco gris, y no sabemos a dónde fue Elisabeth.
NORA.- ¿Un saco gris?
ARMANDO.- Sí, me lo pidió. El saco es mío, me lo pidió, se lo presté.
Silencio.
NORA.- Y tú no lo creías...
ARMANDO.- No, pero lo del saco... ¿Para qué me lo pediría?
NORA.- Para despistar. Quiere engañarte con un saco tuyo.
Silencio.
NORA.- Creo que estamos disparatando.
ARMANDO.- Sí, es absurdo, todo es absurdo.
NORA.- ¿Estás nervioso?
ARMANDO.- Por primera vez en meses, sí.
NORA.- Sería bueno que nos viéramos. Tenemos que hablar tranquilos, tomar una decisión. ¿Cuándo?
ARMANDO.- Primero tengo que hablar con él.
NORA.- Te engañará.
ARMANDO.- No quiero creerlo.
Oscuro en las dos zonas.

Luz en la casa. Entra Elizabeth con una maleta, la deja junto al bar. Se quita el abrigo. Revisa los muebles, huele los cojines.
Nora baja por las escaleras en bata.

NORA.- Vaya, ya llegaste.
ELISABETH.- Sí, llegué. ¿Que pensabas?

Nora toma la maleta y va hacia la escalera.

ELISABETH.- No hay nada que revisar. Déjala, debo separar la ropa para lavar... y las revistas.

Nora deja la maleta junto al bar.

NORA.- ¿Tuviste tiempo para leer?
ELISABETH.- Son para ti.
Silencio.
NORA.- ¿Te gusta ahora más la música?
ELISABETH.- Siempre me ha gustado. Tú lo sabes.
NORA.- Pensé que ahora más (Pausa) Qué tal el congreso, cuéntame.
ELISABETH.- ¿Congreso? ¿Pensaste que iba a un congreso? ¿Por qué?
NORA.- Se me ocurrió.

Elisabeth prende un cigarrillo. Nora se sienta.

ELISABETH.- Ningún congreso. Intimidad, descanso... eso es lo que quería. Se te quita el stress.
NORA.- ¿Conociste a mucha gente? (Pausa) Bueno, me imagino que sí, en un viaje se conocen personas, distintos tipos de personas.
ELISABETH.- No hablé con nadie. Se trataba de disfrutarlo a solas (Pausa) ¿No me besas?
NORA.- Y lo disfrutaste (la besa) ¡Qué olor es ese!
ELISABETH.- Sorpresa. Nuevo perfume. ¿Te gusta?
NORA.- No sé, no estoy acostumbrada. Huele como a hombre ¿no?
ELISABETH.- Es lo moderno. Hay que cambiar.
NORA.- Te entiendo. Qué bueno que me lo dices.

Elisabeth apaga el cigarrillo, toma la maleta y va hacia la escalera.

NORA.- ¿Intimidad, dijiste?
ELISABETH.- Estar a solas, disfrutarlo... ¿me entiendes? (sale)
NORA.- (huele el ambiente) Íntimamente, ya. Más clara que la nieve, la leche.
Oscuro.

Luz en el departamento.

ROBERTO.- En la casa todo es diferente.

lunes, 23 de marzo de 2009

SOSPECHAS 2

ARMANDO.- Te gusta ¿verdad?

ROBERTO.- Es mi preferida.

ARMANDO.- ¿Elisabeth?

ROBERTO.-  Qué quieres decir.

ARMANDO.- Ya lo dije, Elisabeth.

 

            Roberto deja sus papeles. Armando sigue leyendo   la revista.

 

ROBERTO.- Ella es una amiga, tuya y mía. Desde el   taller     me parece inteligente, pero...

ARMANDO.- Es muy inteligente. No le gusta ni la      espaldilla ni la falda... ahora.

ROBERTO.- ¿Y eso qué?

            Silencio.

ROBERTO.- Tendré que ir al congreso, son tres días.

ARMANDO.- Qué congreso.

ROBERTO.- ¿No te dije?

ARMANDO.- No, no me lo dijiste.

ROBERTO.-.Seguramente. (Pausa) Quisiera llevarme            tu saco gris.

ARMANDO.- No quieres mejor el rojo.

ROBERTO.- ¿El rojo? No tienes ninguno rojo.

ARMANDO.- Un clavel blanco en un saco rojo. ¿Te parece?

ROBERTO.- Ya deja, ¿no? ¿Es crucigrama? ¿Me lo prestas o no?

ARMANDO.- Un clavel rojo en un saco gris (Pausa) Ya       sabes que sí te lo presto.

 

            Roberto toma los papeles. Los dos leen. La música se extingue, también la luz.

 

            Luz en el departamento. Elisabeth y Roberto bajan             por las escaleras.

 

ELISABETH.- Qué bueno que Armando no esté. Me             daría vergüenza.

ROBERTO.- ¿Te daría vergüenza?

ELISABETH.- Sí, me daría.

            Silencio.

ROBERTO.- ¿Una copa?

ELISABETH.- Sí, claro.

 

            Roberto prepara dos copas, le da una a Elisabeth.

 

ROBERTO.- Salud.

ELISABETH.- Salusita.

ROBERTO.- Siéntate.

ELISABETH.- (se sienta) No sé cómo empezar, tú eres        un hombre.

ROBERTO.- Ni lo digas. Eso es lo de menos. No hagas         caso.

ELISABETH.- Quiero decir que eres mi hombre.

ROBERTO.- Que soy tu hombre.

ELISABETH.- De mentiras.

ROBERTO.- Soy tu hombre de mentiras (Pausa)       Elisabeth tu eres una mujer inteligente, ¿podrías explicarte mejor?

ELISABETH.- Bien, te lo contaré todo.

ROBERTO.- Eso espero.

ELISABETH.- Nora y yo nos queríamos. De pronto   empecé a notar algo raro en ella.

ROBERTO.- Todos tenemos nuestros momentos y     preferencias... si tú supieras.

ELISABETH.- ¿Algo que tú sabes?

            Silencio.

ROBERTO.- Me dijo Armando que ahora no te         gustaban ni la falda...

ELISABETH.- (interrumpe) No, no es eso, eso es parte       pero no lo más importante.

ROBERTO.- Ah, ¿no?

ELISABETH.- Lo importante es que para probarla le             dije que habíamos dormido juntos. Perdóname,           ya sé que hubiera tenido que contar contigo,             pero no se me ocurrió.

            Roberto prepara otras dos copas, le da una a          Elisabeth.

ROBERTO.- ¿Eso es todo?

ELISABETH.- ¿Te lo tomas así, sin inmutarte? ¿Qué pensará Armando?

ROBERTO.- Se lo decimos y él entenderá.

ELISABETH.- Eso es precisamente lo que no quiero.             No, por el momento.

ROBERTO.- ¿Me pides que se lo oculte?

ELISABETH.- Más, Roberto, que guardes el secreto,            que colabores.

            Oscuro.

 

            Luz en la casa y en el departamento. Armando en   el teléfono, marca. Nora baja por la escalera en             camisón, toma la bocina.

 

domingo, 22 de marzo de 2009

SOSPECHAS 1

 

PERSONAJES

Elisabeth, treintañera

Nora, treintañera

Roberto, cuarentón

Armando, treinta.

 

 

INVIERNO

 

El escenario está dividido en dos zonas diferentes.

A la izquierda del público la casa de Elisabeth y Nora. Comprende  puerta de entrada al fondo, hall, living  y escalera de caracol al primer piso.

A la derecha, departamento duplex de Roberto y Armando. Comprende living, chimenea y escalera recta al primer piso, donde se encuentran otros cuartos y la puerta de entrada.

Muebles contemporáneos de buen gusto.

 

            El departamento oscuro. La casa está iluminada.    Nora lee una revista. Entra Elisabeth cargando             bolsas.

 

NORA.- Te ayudo.

ELISABETH.- Junto al bar, luego las subimos.

            Silencio.

NORA.- Saliste temprano. No te oí.

ELISABETH.- En realidad, no me acosté.

NORA.- ¿No?

ELISABETH.- No, no me acosté.

NORA.- No te acostaste.

ELISABETH.- Me quedé en casa de Rocío.

NORA.- ¿Dormiste con Rocío?

ELISABETH.- Dormí con Roberto.

            Silencio.

NORA.-  Pitágoras 42.

ELISABETH.- Pitágoras 44.

NORA.- Dos números de diferencia.

ELISABETH.- Dos números de diferencia.

            Silencio.

NORA.- Deberíamos cambiarnos. Hace frío aquí.

ELISABETH.- Hay que hablar con el portero. Que     ponga   la calefacción más alta.

NORA.- ¿Con quién?

ELISABETH.- El portero.

NORA.- Se apaga por las noches.

ELISABETH.- No debería ser.

            Silencio.

NORA.- ¿Por esto te quedaste con Rocío?

ELISABETH.- No (Pausa) En su departamento la     calefacción trabaja bien.

            Silencio.

NORA.- Pitágoras 42.

ELISABETH.-  44.

NORA.- Deberíamos cambiarnos. Estaríamos más      cerca.

ELISABETH.- La distancia no es el problema.

NORA.- El distanciamiento  causa  problemas.

ELISABETH.- Sí, el distanciamiento los causa.

            Silencio.

NORA.- ¿Armando?

ELISABETH.- ¿Ha llamado?

NORA.- No, Armando no ha llamado.

            Silencio.

ELISABETH.- Te traje la revista.

NORA.- ¿Vas a estar aquí... por la noche?

ELISABETH.- Parece como si te importara.

         

             Elisabeth toma una bolsa y sube. Nora se pone                  a leer.

 

            Luz en el departamento de Roberto y Armando.      Roberto baja en pijama, enciende la chimenea.       Se escucha la  puerta de entrada arriba. Armando       baja vestido de calle con un periódico que deja      sobre la mesa.

 

ROBERTO.- Saliste a comprarlo.

ARMANDO.- Como todos los días.

ROBERTO.- A veces no.

            Silencio.

ROBERTO.- Anoche te estuve esperando.

ARMANDO.- Sabías que llegaría tarde.

ROBERTO.- Contigo nunca se sabe.

            Silencio.

ROBERTO.- ¿Ganaste?

ARMANDO.- Al principio, luego perdí todo.

ROBERTO.- El frontón nos arruina.

ARMANDO.- Tu música también (saca un CD que deja       sobre el aparato de sonido)

ROBERTO.- Gracias.

            Silencio.

ARMANDO.- Han pasado tres meses.

ROBERTO.- Casi cuatro.

ARMANDO.- El tiempo no es como la distancia.

ROBERTO.- ¿Te arrepientes?

ARMANDO.- La distancia puede remediarse, el tiempo         pasa sin que se pueda recuperar.

            Silencio.

ROBERTO.- ¿No podrás dejar el frontón?

ARMANDO.- Algún día, sí, es posible (se acerca a   Roberto y lo besa)

 

            En la casa y en el departamento la luz se extingue hasta el oscuro.

.

            Luz en la casa de Nora y Elisabeth. Las bolsas        no están. Nora en el teléfono. Por la escalera baja             Elisabeth.

 

NORA.-... De acuerdo (Cuelga)

ELISABETH.- Con quién hablas.

NORA.- El carnicero.

ELISABETH.- ¿Encargaste algo?

NORA.- Lo de siempre. Me sorprende que nos guste la         misma carne... espaldilla.

ELISABETH.- Sí, es raro que nos gustara lo mismo.

            Silencio.

NORA.- ¿Volverás tarde?

ELISABETH.- La oficina se saturó de trabajo (Pausa)           ¿Tú?

NORA.- También. Recogeré la espaldilla.

           

            Elisabeth toma del sofá su chaqueta, besa a Nora y            sale. Nora se dirige al teléfono y marca. Suena el             teléfono.

 

            Luz en el departamento de Roberto y Armando.      Armando baja poniéndose  el saco y contesta.

 

ARMANDO.- ¿Sí?

NORA.- Pensé no encontrarte.

ARMANDO.- Roberto ya se fue.

NORA.- ¿A qué hora, entonces?

ARMANDO.- Podemos cenar juntos. Tengo la noche            libre. Roberto no llegará hasta tarde, irá a un    concierto.

NORA.- ¿A las nueve?

ARMANDO.- Nueve y cuarto.

NORA.- ¿Dónde?

ARMANDO.- En mi departamento.

NORA.- ¿Cuarenta y dos?

ARMANDO.- Cuarenta y cuatro.

NORA.- De acuerdo. Chao.

ARMANDO.- Chao.

           

            Ambos cuelgan. Nora sube la escalera en su casa y             lo mismo hace Armando en su departamento. La             luz se   extingue en ambas zonas hasta oscuro.

           

            Luz en el departamento de Armando y Roberto.      Por la escalera bajan Nora y Armando.

 

NORA.- Mejor no me quedo. Lo que quiero es hablar,          hablar antes que Roberto llegue.

ARMANDO.- ¿Una copa?

 

            Armando prepara dos copas, le da una a Nora.

 

ARMANDO.- Lástima, cociné una espaldilla para los             dos.

NORA.- Ya no le gusta la espaldilla.

ARMANDO.- ¿No te gusta?

NORA.- A Elisabeth. Le hace daño.

ARMANDO.- ¿Y tú?

NORA.- No te entiendo.

ARMANDO.- ¿Que si te hace daño?

NORA.- Yo no diría eso.

ARMANDO.- Entonces qué dirías.

NORA.- Que me da lo mismo, para mí espalda u otra             cosa es lo mismo.

ARMANDO.- Pero te gusta la carne.

NORA.- No me hace daño. A Elisabeth tampoco le    hacía,   es sólo desde hace unos días, desde que          salió con Roberto.

ARMANDO.- ¿Salió con Roberto?

NORA.- Bueno, durmió con él.

 

            Armando prepara otras dos copas. Le da una a       Nora.

 

ARMANDO.- (muy interesado) Cuéntame.

NORA.- Dónde estabas tú el viernes por la noche.

ARMANDO.- El viernes... fui al frontón.

NORA.- Me lo imaginaba.

ARMANDO.- Me gusta apostar. Pero voy a dejarlo,             Ricardo me lo ha pedido más de una vez. Y     tiene     razón, no hago otra cosa más que perder.

NORA.- ¿Quién es Ricardo?

ARMANDO.- ¿Dije Ricardo? No, quise decir Roberto.         Vivimos aquí, ya sabes, los dos, desde hace tres          meses. Cuestión de economía, no de gustos; a mí        me gusta el frontón y a él la música (Pausa) Pero        tú dijiste Roberto, no Ricardo, que Elisabeth             durmió con Roberto, eso es lo que dijiste.

NORA.- Sí Armando, y de eso vine a hablar. Quiero pedirte un favor. Tú sabes que no me atrevería            si no fuera por el tiempo que nos conocemos,             desde   el taller aquél de poesía.

ARMANDO.- Fue un taller hermoso. Tú y Elisabeth   eran unas mocosas. Lo digo sin ofender, claro.

NORA.- Pues esas mocosas tienen ahora problemas, serios   problemas.

ARMANDO.- ¿Y que puedo hacer  para ayudar?

NORA.- Alejar a Roberto para que no puedan seguir             acostándose.

 

            Armando queda pensativo por un rato.

 

ARMANDO.- ¿Otra copa?

NORA.- No, gracias. Me siento mareada, pero no es             por la   copa (Pausa). Sí dámela, me pongo más             sincera.

ARMANDO.- (le da la copa) Tú dijiste que habían    dormido juntos, ahora dices que  se acuestan.

NORA.- ¿No es lo mismo?  

ARMANDO.- Nora, yo podría dormir aquí contigo,   ahora, quizá por el frío, pero acostarme... no, no         creo poder hacerlo.

NORA.- Entonces, piensas que fue por el frío, que no             se... acostaron.

ARMANDO.- Roberto sería incapaz, lo conozco.

 

            Nora se sirve otra copa y se la toma de un trago.

 

NORA.- ¡Qué alivio, Armando, qué alivio! ¡No sabes            cómo te lo agradezco!

 

            Armando se sirve otra copa y queda pensativo un   momento, luego se la toma. Nora se sienta en el      sofá. Oscuro

 

            Luz en la casa de Nora y Elisabeth.  Nora baja por             la escalera, se asegura de que Elisabeth no la             sigue y se dirige al teléfono,   marca.

 

NORA.- ¿Armando?... Te llamo para decirte que       fueron las copas, por eso me convenciste, pero ahora            con calma pienso que hay más, pienso que             lo de la             carne es otro indicio y que como tú      dijiste no es lo mismo dormir en el mismo lugar que acostarse            juntos.... ¿No lo puedes creer? ¡Ay, Armando,            la vida es mucho más complicada!..

 

            Se escuchan pasos en la escalera. Elisabeth baja     terminándose de arreglar.

 

ELISABETH.- Nora, ¿estás ahí?

NORA.- (al teléfono) Tengo que dejarte. Hablamos luego     (cuelga)

ELISABETH.- ¿Otra vez con el carnicero?

NORA.- La agencia, la agencia de viajes.

ELISABETH.- ¿Vamos a alguna parte? (Pausa) Me gusta,   me gusta mucho la idea, incluso            podríamos decirles             a Roberto y a Armando           que nos acompañaran.

NORA.- A Roberto, claro.

ELISABETH.- Anda, dime, de verdad, ¿con quién     hablabas?

            Silencio.

NORA.- ¿Vas a salir?

ELISABETH.- ¿Por la noche? (Pausa) Sí, voy a salir.

NORA.- ¿Dormirás en casa de Rocío?

ELISABETH.- Depende.

NORA.- ¿De que Roberto vaya a un concierto? Le    gusta    la música.

ELISABETH.- (sorprendida) ¿Te lo ha dicho            Armando?

NORA.- Bueno, Armando y yo nos entendemos, sabes.

            Silencio.

NORA.- Después de todos esos  meses, dime Elisabeth,        ¿me dejarías?

ELISABETH.- No quería disgustarte, Nora, pero de verdad que la espaldilla me da ardor.

NORA.- Por eso lo haces, porque te da ardor.

ELISABETH.- No, por eso no voy a dejarte. Sólo     sugeriría un cambio.

NORA.- Ya sé, compraremos falda, te gustará.

ELISABETH.- No creo que funcione, Nora.

 

            Elisabeth sale, Nora va al teléfono, marca.

 

NORA.- (al teléfono) Don Inocencio, habla Nora... Pues      recuerda que le encargué espaldilla... pues no,                         que sea falda... ¿No tiene?... Pues mañana,      me la    guarda... Gracias (cuelga y vuelve a   marcar)

 

            En el departamento se hace la luz. El teléfono         suena. Armando está atizando la chimenea, va y             contesta.

 

ARMANDO.- ¿Bueno?

NORA.- (al teléfono) Armando, necesito verte, volverá         a suceder.

ARMANDO.- Qué es lo que va a suceder.

NORA.- Lo mismo, Armando, el acueste.

ARMANDO.- Explícate, dime.

NORA.- Te lo diré cuando nos veamos.

ARMANDO.- ¿Cuándo?

NORA.- Aquí, en mi casa, esta noche.

 

            Ambos cuelgan. La luz de la casa se extingue.

 

            Luz en el departamento.  Por la escalera baja         Roberto.

 

ARMANDO.- ¿Hay concierto hoy?

ROBERTO.- ¿Concierto hoy?

ARMANDO.- ¿Sorprendido?

ROBERTO.- ¿He de sorprenderme?

 

            Armando sirve dos copas y le pasa una a Roberto.

 

ARMANDO.- ¿Confías en mí?

ROBERTO.- ¿Puedo hacer otra cosa?

ARMANDO.- Otra cosa, claro.

            Silencio.

ROBERTO.- Hace sólo cuatro meses y parece que todo        esté cambiando.

ARMANDO.- Sí, todo parece cambiar.

            Silencio.

ROBERTO.- Dilo.

ARMANDO.- Qué tengo que decir.

ROBERTO.- Que estás harto, cansado, que te           gustaría...

ARMANDO.- ... que me gustaría aclarar algunas cosas,         sí, me gustaría.

            Oscuro.

 

            Luz en la casa. Tocan a la puerta. Nora abre.          Entra Armando.

 

NORA.- Pasa y sírvete algo.

ARMANDO.- (se quita el abrigo) ¿Para ti?

NORA.- Lo mismo.

 

            Armando prepara dos copas, le da una a Nora y se             sientan.

 

ARMANDO.- ¿Qué ha sucedido ahora? Estuve         pensando en lo de la carne y no creo que sea eso.       ¡Me             extraña tanto! (Pausa) Elisabeth y       Roberto nunca se cayeron bien o ¿tú crees que            sí?

NORA.- Te siento nervioso, Armando. Toma tu copa             mientras sirvo otras dos. Debemos calmarnos.             Creo que los dos estamos demasiado excitados y     así no   vamos a ninguna parte.

ARMANDO.- ¿Te das cuenta, Nora, lo que significa para     mí que Roberto me engañe con            Elisabeth?.. Le he dedicado mucho tiempo, no     sería justo (Pausa) Tú me entiendes, ¿verdad?            Son meses, Nora, meses. Cuando íbamos al         taller     ya... bueno, fue allí donde nos caímos mejor y desde entonces... ¿Sí me comprendes?

 

            Nora le da una copa a Armando y toma de la suya.

 

NORA.- Te comprendo tan bien que es como si         describieras mi historia. Amo a Elisabeth de tal            manera que sería capaz de cualquier cosa. Ya        ves que cambié a falda aún sospechando que no          es eso,             que en realidad el asunto es más serio             (Pausa) Yo también la engañé.

ARMANDO.- Tú, ¿cómo?

NORA.- Verás, me pescó cuando hablaba contigo y le           mentí, que no estaba hablando con el carnicero            sino con la agencia de viajes.

ARMANDO.- No veo que eso sea importante.

NORA.- Es que ella quiere irse con Roberto. ¿No te ha          dicho él nada?

ARMANDO.- ¡Que no me lo diga porque lo mato!

NORA.- ¿Qué dijiste?

ARMANDO.- Que no se irá de viaje, que antes lo mato.

 

            Nora sirve otras dos copas.

 

NORA.- Qué curioso.

ARMANDO.- ¿Curioso?

NORA.- Yo también he pensado en eso.

ARMANDO.- ¿Matarías a Elisabeth?

NORA.- No, a Roberto.

 

 

            Oscuro en la casa y luz en el departamento.             Roberto calentando el abrigo en la   chimenea.       Baja Armando con un servicio de café.

 

ARMANDO.- ¿No vas a tomar café?

ROBERTO.- Sí, como no. Ya sabes que yo sin café...            Voy a salir más tarde, me invitaron a una sesión.          Es en             casa del saxo, van a ensayar.

ARMANDO.- ¿Van a tocar en esa sesión? (Pausa) Se          me hace raro. Nunca te habían invitado antes, que yo recuerde.

ROBERTO.- No les gusta hacerlo en público. Me      invitan por el saxo que me agarró simpatía.

 

            Armando sirve el café.

 

ARMANDO.- Qué curioso, ¿no te parece?

ROBERTO.- Parecerme, ¿qué cosa?

ARMANDO.- La palabra, la palabra. Cambias una a             por una e y aparece sexo. ¿No es curioso?

ROBERTO.- Pues sí, debe serlo. Nunca había            reparado en ello (toma de su taza). A propósito,        dijiste que querías aclarar algo, ¿qué es?

ARMANDO.- Oh, sí. Se trata de (toma de su taza) Bueno quizá te parezca una tontería pero pensé          consultarlo contigo.

ROBERTO.- Adelante. Sabes que no me gusta que te            quedes con algo, que lo nuestro debe ser claro...         y no me refiero al café que te salió delicioso.

ARMANDO.- ¿Te sirvo más?

 

            Roberto afirma con la cabeza y Armando le sirve    más.

 

ARMANDO.- Tú conoces a Nora y a su amiga          Elisabeth.

ROBERTO.- ¿Las del taller? Pues claro que las          conozco.

ARMANDO.- Pues tienen problemas.

ROBERTO.- Quién no los tiene. Qué tipo de problemas.

 

            Roberto le toma la mano a Armando y se la besa.

 

ARMANDO.- ¿A ti qué te gusta más la espaldilla o la            falda?

ROBERTO.- Sabes que a mí la carne fushi ¿por qué lo           preguntas?

ARMANDO.- Antes Elizabeth comía espaldilla y no le           hacía daño. Ahora le da ardor ¿Tú crees? Y    tampoco soporta la falda (toma de su taza) Ese es        el problema.

ROBERTO.- ¿Cómo supiste? Hace días que no vemos          a Nora (toma de su taza) Me cae bien.

ARMANDO.- Pues verás, me llamó  y me lo contó    todo.

ROBERTO.- Ay, Armando. Cuántas veces nos hemos           repetido que no nos meteríamos en la vida de nadie. Poca experiencia, amigo (toma de su taza) Pero, ya estás en ello y te preocupa. Mira, lo   más probable es que no le sienta la carne.

ARMANDO.- Así, de repente.

ROBERTO.-  Sí, así, de repente. Cuántas cosas no    pasan   así, de repente (Pausa) ¿Y eso es lo que te     preocupa?

ARMANDO.- Eso y las consecuencias, pero ya veo que        a ti te importa poco, no te importa lo que pueda          pasar. Menores causas han tenido consecuencias       fatales, ¿no crees?

ROBERTO.- Lo creo, pero no veo la relación con la espaldilla y la falda.

ARMANDO.- Ah, tú no la ves (Pausa) ¿Porque no la           ves o porque no te interesa?

ROBERTO.- ¿Qué quieres que te diga? No es que no            me interese si se trata de algo tuyo, es que ni a la             espaldilla ni a la falda les veo problema alguno.            A mí tampoco me entusiasman. Y ahora si me permites me voy, se me hace tarde. Te prometo      que cuando regrese, si todavía estás despierto,            hablaremos del problema de la carne (se pone el      abrigo)

ARMANDO.- Antes de que salgas, dime una cosa:    ¿Alguna vez te gustó Elizabeth?

ROBERTO.- Otra vez lo mismo. Ni la espaldilla ni las             faldas. No deberías preguntarme esas cosas,   podría ofenderme. Chao.

 

            Roberto sube por la escalera.

 

ARMANDO.- ¿Esta noche?

ROBERTO.- Si estás despierto.

            Oscuro.

 

            Poco a poco se ilumina la casa. Se escucha a bajo volumen la canción "La media vuelta" de José             Alfredo Jiménez.

 

NORA.- Hoy tenemos falda.

ELISABETH.- Que yo recuerde siempre hemos tenido.

NORA.- Me refiero al carnicero.

ELISABETH.- Te esfuerzas demasiado, Nora. Ya te dije que será lo mismo. Es la carne lo que me   arde.

NORA.- ¿Estuviste en la Agencia?

ELISABETH.- Vaya, ya te enteraste.

NORA.- Pensé que viajaríamos juntas.

ELISBETH.- Pedí permiso en la oficina. No conviene             dejar la casa sola.

NORA.- No, no conviene.

 

            Nora arregla unos cojines y sube por la escalera.    Elisabeth desarregla los mismos cojines y sube el             volumen del aparato de sonido. Se escucha:            "Entonces yo daré la media vuelta y me iré con el sol, cuando muera la tarde..." Enciende un        cigarrillo y queda pensativa mirando las escaleras.             La música y la luz se van extinguiendo hasta el    silencio y el oscuro.

           

            Luz en el departamento. Armando lee una   revista, Roberto deja unos papeles que está             leyendo, se levanta, va al aparato de sonido y pone       un CD, se vuelve a sentar y sigue leyendo sus          papeles. Se escucha a bajo volumen "Feelings" de

            Morris Albert (Mauricio Alberto Kaiserman)